Preservé mi
corazón de tus encantos,
como si de una
ciudad inexpugnable se tratara,
para terminar por
caer entre tus brazos,
cual derrotado e
inconsolable enemigo,
que suplica
piedad para salvarse.
Qué tremenda
decepción decía tú rostro,
no esperabas
ganar tan rápido la batalla,
descuidaste el
ornato de tú frente
y me fugué con
Soledad, mi mejor amiga.
Ya sin la
obligación tuya de consolarme
y mía de rendirme
a tus pies de vencedora,
vivo en mi ínsula
Barataria lejos de los molinos.
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